Thursday, January 15, 2009

A1. Amor de Dios: Depositar la Confianza en el Señor




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¨Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo¨ (Lc 10,27).

Que nadie se asuste viendo que tiene poco y pensando que Dios le pide mucho. Dios no pide ni mucho ni poco, quiere todo, y aunque ese todo sea casi nada, El queda contento de nuestra conducta. Si no ponemos todos nuestros talentos a disposición del Señor, si no depositamos en El toda nuestra confianza, es como si le atáramos las manos a Dios -por decirlo de alguna forma- y en esas condiciones apenas nos puede dar.

Nosotros somos un recipiente y Dios quiere llenarlo, con las mieles de su verdad y las dulzuras de su amor. Poniéndonos totalmente a su disposición, depositando en el Señor toda nuestra confianza, El nos limpia las basuras de soberbia que tenemos y las amarguras de todas las clases de egoísmo del corazón, y cuando queda limpio nuestro interior, lo llena de sus delicias. Pero a poco que nos descuidemos y hasta sin descuidarnos, enseguida brotan, de las malas raíces que tenemos en el interior, cardos de: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza que despiden una especie de sudores hediondos y muy amargos, capaces de echarnos a perder toda la bondad recibida del Señor.

Cuando salimos fuera de casa, y más si vamos a reuniones de gente educada y culta, tratamos de llevar la ropa limpia y bien presentada, así como el cuerpo bien aseado y sin sudores ni malos olores; cosa que estando en casa trabajando no nos preocupa tanto.

Para tratar con e Señor, necesitamos tener limpio el corazón, y sólo El nos lo puede limpiar. Como continuamente nos ensuciamos, sin cesar debemos acudir a Dios para que nos purifique y así poder ver y gustar a dios. El examen diario de conciencia y la confesión sacramental frecuente son insustituibles para tener limpio el corazón gozar, ya en esta vida, algo de las delicias del Señor.

Los que cultivan la gimnasia y cuantos trabajan de acróbatas en los circos llegan a realizar tales ejercicios físicos, que quien no los haya visto, si se los cuentan, les será casi imposible creerlos.

En la vida espiritual, a quienes se entregan de lleno a Dios, con un corazón no dividido, dejándose continuamente limpiar por El y recibiendo sin cesar cuantas bondades y fuerzas quiera darles, poco a poco les va creciendo el corazón, hasta tenerlo tan grande, que se nos hace, hasta para nuestra mirada, imposible de abarcarlo. San Pablo, San Francisco y tantos otros, son una muestra de hasta dónde puede llegar quien se entrega de veras a Dios.

No ambicionemos lo de otros que tengan más, porque si somos fieles a Jesucristo, aun cuando nuestra medida sea más pequeña, estaremos llenos de Dios, plenamente satisfechos e inmensamente felices.

Para ser fieles a Dios, que Jesús y María de Nazaret sean nuestra inseparable compañía.


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