Saturday, January 17, 2009

A4. Amor de Dios: Enamorarse de Dios y de Jesucristo






¨Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial¨(Mt 5, 48)
¨Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado¨(Jn 15, 12).
¨En la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad...¨(LG 39).
¨Todos los fieles deben esforzarse según su propia condición, por llevar una vida santa, asi como por incrementar la Iglesia y promover su santificación¨(Derecho Canónico c. 210).

Para cumplir las enseñanzas de jesucristo y que la Iglesia de tantas formas y maneras nos repite, una y otra vez todos los días, hace falta enamorarse de Dios.

Si nos enamorársemos de un hábil y multimillonario director de banco, o de un artista famoso, o de un equipo campeón de deportistas, que ganan o les dan millones y millones, podríamos entusiasmarnos viendo lo que reciben; pero de todos esos millones, salvo rarísimas excepciones, no tendríamos ni un solo duro para nosotros. En cambio, si nos enamoramos de Dios, que es el único que tiene todo cuanto podamos apetecer, en cantidades infinitas, y que jamás se deja ganar en generosidad, tenemos asegurada la plena y eterna felicidad.

Cuando dos jóvenes se enamoran se dicen piropos: eres la más guapa, el más valiente, la más buena, el más encantador etc. Muchas veces no sienten lo que dicen, otras están convencidos, pero son verdades relativas, que a ellos les parece así, los demás no vemos nada extraordinario en ellos. Otra cosa sucede si nos enamoramos de Jesucristo si nos entusiasmamos con Dios. Por muchos piropos que le digamos, por enormes alabanzas que le tributemos nunca exageraremos, siempre quedaremos cortos. Jesucristo es superior, infinitamente superior a todo lo bello, sabio, noble, bueno, fuerte... que podamos pensar, escribir o hablar.

Y el amor a Dios, a Jesucristo, a Jesús de Nazaret no quita ninguno de los legítimos amores que podamos tener, antes los sublima. El matrimonio que se somete a Cristo por amor, mutuamente se aman más y mejor, cuidan con esmero a sus hijos y les enseñan solícitos a amar a Dios sin descuidar ninguno de los deberes que todo buen ciudadano cumple en la sociedad que vive.

El sacerdote y el religioso necesita más que ninguno enamorarse de Jesucristo. Porque hemos ratificado nuestro compromiso bautismal con la profesión religiosa ante la Iglesia y el mundo, porque tenemos como misión darlo a conocer.

De entre todas las personas humanas, nadie ha amado tanto y mejor a Jesucristo como su propia Madre, la Virgen María; que Ella nos ayude a enamorarnos de su Hijo Jesús e Hijo de Dios.


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