El Evangelio nos muestra en Cristo a un hombre que nunca hizo su propia voluntad, siempre vivió realizando la voluntad del Padre.
La vida de Cristo Jesús está llena de bellas y vivificantes enseñanzas, siendo las del final de su vida terrena las más preciosas.
Äl final de la vida, en el desenlace, se conoce al hombre¨. Jesucristo fue y es el hombre más consecuente, predicó el amor a los enemigos y murió perdonando y disculpando a los que lo mataban.
Vivió entregado enteramente a los demás. Tan fuerte era la costumbre que tenía de hacer el bien a todos, olvidándose de si mismo, que clavado en la Cruz y suspendido entre la tierra y el cielo, sufriendo espantoso tormento y creciendo momento tras momento su dolor, siguió pensando en los demás y haciendo el bien hasta morir.
Pero si Cristo es grande en su muerte no lo es menos por su resurrección; gracias a ella sabemos que además de ser hombre perfectísimo es también Dios todopoderoso y lleno de bondad. Todos los que se esfuercen poniendo en práctica las enseñanzas de Jesucristo sabrán sin lugar a dudas que El es el Salvador de todo el género humano y que con el Padre y el Espíritu Santo es la Fuente única de todo el Bien. Fuente que nunca disminuye y que jamás cesará de manar.
Ën Cristo, pues, que es Dios y hombre, luz verdadera y esplendor de la gloria, candor de eterna luz y espejo sin mancha, imagen de la bondad divina constituido por el Padre juez, legislador y salvador de los hombres, del cual el Padre y el Espíritu Santo dieron testimonio, y en quien están nuestros merecimientos, ejemplos de vida, socorros y premios, hecho por Dios para nosotros sabiduría y justicia, pongamos todo nuestro pensamiento y neustra consideración e imitación (Const. 186,5).
Cómo decir todas las grandezas de Cristo Jesús en unas pocas líneas si durante toda la eternidad estaremos contemplando su bondad y hermosura, sin cansarnos ni aburrirnos nunca. Cada vez más contentos, viendo sin cesar maravillas nuevas y compenetrados con la Verdad, el Amor, la Sabiduría, la Belleza, la Vida, etc. participaremos de su acción incansable y fecundísima por siglos y siglos sin fin.
¨Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo¨ (Jn 17,3).
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