Thursday, March 12, 2009

G3. Vida Religiosa Consagrada: La intrepidez cristiana






¨Impulsados y sostenidos por el Espíritu del Señor y su santa operación, como pobres y hombres de paz, acometamos intrépidamente grandes empresas, pues seremos coronados por Dios si perseveramos hasta el fin¨(Const. 167,5).

Los esfuerzos más fecundos, la mayor intrepidez, la empresa más colosal, magnífica y sublime se obtiene cuando unimos lo que somos y tenemos, todas nuestras fuerzas -aunque estemos convencidos que son pocas y raquíticas- con las fuerzas infinitas de Jesucristo, para prolongar su acción benéfica y salvadora en la tierra.

Si renunciamos a nuestros puntos de vista, si negamos nuestra voluntad para tener únicamente la voluntad divina de Jesús de Nazaret, entonces, todo lo suyo, que es cuanto de bueno y verdadero existe, será nuestro.

¨Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de derrota y del retorno al punto e partida, faltaría a la voluntad de Dios Creador¨(Sollicitudo rei sociallis n. 30).

¨Elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres¨. E ahí un trabajo sublime, una tarea que nunca la podremos dar por terminada, la cual sólo es posible ir realizándola día tras día con la fuerza invencible de Jesús resucitado, imitando la fidelidad de la Virgen María, prolongando en nosotros su ¨sí¨ incondicional y continuo al Señor.

Si n o podemos aportar como un gigante a elevar la suerte de los hombres, contentémonos con hacer lo que podamos, todo menos quedarnos con los brazos cruzados, sin contribuir con nuestro granito de arena para que todas las personas sean más felices.

¨En los designios de Dios cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una vocación. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de actitudes y cualidades para hacerlas fructificar: su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y el esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso: por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más¨ (Populorum progresio n.15).

El esfuerzo por elevar la suerte de los hombres y al mismo tiempo mejorar la nuestra -ser más, valer más- lo unificaremos si nos dedicamos a hacer siempre el bien. Para ello vivamos unidos por el amor y la continua oración con Aquel que: ¨pasó haciendo el bien¨(Hech 10,38).


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